The Spanish Craze

En la imagen: Muchachas de Burriana. Hermenegildo Anglada-Camarasa. 1910-1911 (HSA)
Muchachas de Burriana. Hermenegildo Anglada-Camarasa, 1910-1911. HSA

Nueva York, como metrópoli de referencia por antonomasia en Estados Unidos, es una de las privilegiadas ventanas de lo que fue The Spanish Craze (Locura española), la fiebre desbocada por la cultura española que recorrió Estados Unidos a caballo entre los siglos XIX y XX, un periodo sin principio ni fin concretos que va desde los últimos lustros novecentistas hasta la traumática conclusión de los Roaring Twenties (Felices años veinte o Años locos) con el crack del 29.

Fue en 1890 cuando en Mahattan se inauguró la segunda versión del Madison Square Garden, el centro de entretenimiento de estilo neorrenacentista italiano creado a tono con la gran sociedad de la Era Dorada neoyorquina, la de las dos o tres últimas décadas del XIX, la que vio aparecer las grandes fortunas y apellidos legendarios, y la que vio a Estados Unidos evolucionar desde una sociedad agraria a una superpotencia industrial y financiera.

La 'giralda' del Madison Square Garden, 1890.
La ‘giralda’ del Madison Square Garden, 1890.

Stanford White, arquitecto estrella de aquella ciudad rutilante, había decidido coronar, literalmente, su magna obra con una réplica de la Giralda de Sevilla, que en 1890 se convirtió en el segundo edificio más alto de la ciudad. Derribado en 1925, del conjunto se salvó la Diana de 4,4 metros cubierta con pan de oro que a modo de giraldillo coronaba la réplica de la torre sevillana. La diosa preside desde 1932 la monumental escalinata interior del Museo de Arte de Filadelfia. Otras giraldas siguieron por todo el país y en la hora final de la Spanish Craze no menos de 15 se elevaban hacia los cielos de Estados Unidos, donde aún hoy sobrevive un ejemplar en Kansas City.

Catalizadas por Nueva York, otras arquitecturas de inspiración española brotaron de la Florida atlántica a la California del Pacífico y con ellas la demanda por todo lo relacionado con la cultura española en sentido amplio -artes plásticas, música, lengua, literatura, artes decorativas, mobiliario…– a lo que contribuyó también la Exposición Universal de Chicago, que en 1893 conmemoró los 400 años del descubrimiento del continente por Cristóbal Colón. En Estados Unidos se desencadenó el deseo de conocer in situ un país periférico y exótico, con pintorescos tintes románticos, de aquella Vieja Europa de gusto y cultura seculares en la que la nueva aristocracia estadounidense del dinero buscaba inspiración y modelos.

Escritores y pintores viajeros despertaron las ansias de sus compatriotas coleccionistas, que descubrieron en España una tierra virgen que rastrear en una Europa ya vaciada de muchas de las obras de los Grandes Maestros justo al tiempo que el universo del arte reconocía el valor singular de la llamada Escuela Española y salía a la luz, tras siglos de olvido, un Greco con todas sus creaciones concentradas en un solo país, una España, por lo demás, empobrecida y derrotada por Estados Unidos en la guerra de 1898, en la que perdió los últimos restos de su imperio en ruinas. Fueron también aquellos años de principios del s. XX los que ofrecieron una revaluación artística de Zurbarán dentro y fuera del país. Huntington, Havemeyer, Rockefeller, Frick, son los más destacados, por su ambición artística o su carácter de pioneros, de entre los coleccionistas neoyorquinos que acercaron a sus conciudadanos obras de arte de aquella España postrada que hoy enriquecen el patrimonio artístico de Nueva York.